e hënë, 6 qershor 2005

De Levón

Ya sabemos que no se puede resumir una existencia en el teatro con adjetivos, o títulos. Eduardo Schinca fue el profesor, el director, el maestro y también el amigo que con particular celo seguía nuestra trayectoria. Su sola presencia nos determinaba. Son aletazos de la memoria en los cuales recuerdo que en nuestra época de estudiantes sus clases eran el acontecimiento más esperado de la semana. Sus análisis no eran la reiteración mecánica de citas o datos sino que los trasmutaba en puro desafío para despertar en nosotros la sed por el conocimiento. Su pasión por la inteligencia, si es que se puede filtrar la pasión de la inteligencia, no siempre iba acompañada por la paciencia. Cuando más tarde comprendí porqué, admiré aún más al hombre. Su creatividad eran constante; y el humor que manejaba con sutíl ironía era su arma preferida para provocar la fatal imaginería, el puro amor por el Teatro, y a veces la furia..."criminal". Él, esperaba nuestra reacción, porque de eso se trataba, y entonces ... tras una perfecta "pirouette", golpe de manos y el envión de su cabeza hacia atrás se convertía en el gran seductor, el mago, el artista. Sí, fue el maestro. Eduardo Schinca fue y sigue siendo fundamental en mi vida en el Teatro. Sin exagerar creo que fue fundamental para todos aquellos que lo conocimos. Y tan fundamental para nuestro medio todo. Será difícil que semejante presencia pueda volver a repetirse. Al igual que aquella viva moneda.
Levón

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